paseo

Temprano, con un sol todavía más bajo que las palmeras, miro a la mañana. Hay un airecillo juguetón, un leve viento de levante que me invita a recorrer la ciudad, a dejarme guiar por él por entre las viejas calles, las antiguas plazas, los solitarios rincones. Me voy con el viento mientras el sol camina cielo arriba.

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La Plaza del Ayuntamiento es un ejercicio de miniatura, obra de orfebre, de platero, de manos acostumbradas a hacer hermoso lo pequeño. Miro las flores, el juego de la luz sobre las hojas, su sombra sobre el empedrado en la mañana clara de Estepona.

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En la Plaza del reloj me sorprende la algarabía de los chiquillos. El tiempo se ha detenido aquí, entre los naranjos, para escuchar eternamente las risas de los niños, que yo sé que no son de hoy, ni de ayer, pero sin duda serán de mañana. Vuela el tiempo sobre mi memoria como vuela el viento que me lleva, que me impulsa, siempre a mi favor. paseo

De allí me dirijo al Castillo de San Luis, que tiene una torre tímida que se camufla entre los muros para que no la encuentren. El Castillo de San Luis, símbolo de la refundación de Estepona, ha sido el eje de su vida, de su crecimiento, de su esplendor, pero tiene un no sé que de gigante modesto, de fortaleza humilde que no quiere llamar la atención.

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A pocos pasos se encuentra la Iglesia de Los Remedios, que ha visto pasar los siglos por su puerta, ante su cara blanca de cal donde el sol refulge. Hay un reposo singular en esta Plaza de San Francisco, una gloriosa quietud, un silencio que estremece. Hasta el viento acalla su silbo, como en una penitencia.

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En Estepona hay calles, como la llamada “Murillo”, con vocación de postal. Es fotogénica y hasta parece que sonríe a la cámara. Maquillada de sol y cielo, está siempre guapa, como una muchacha alegre que quiere ser modelo.

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En la Plaza de las flores tomó un café doble de sol. Hay un susurro de voces, una complicidad de tonos para que el sonido fluya entre el silencio. No hace más calor que el justo para templar el aire, para que caliente pieles que vinieron del norte en busca de este tesoro que nos viene, como todos los dones, del cielo.

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La tarde remolonea lenta mientras recorro la playa de La Rada oyendo la canción del agua. Es una playa urbana pero todavía salvaje, abierta a todos los horizontes y a todos los vientos, sin miedo a nada.

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Cae la tarde y se lastima la luz en la caída. Con el chapoteo de las olas cantando a mis pies, llego al puerto. El viento que me acompaña busca las velas en este bosque de palos erguidos y desnudos para acabar volando una gaviota, como un niño que juega con su cometa.

Se cierra la noche y termino el paseo en el Parque del Calvario. El agua canta en la fuente y entre la vegetación. Es noche de luna. Mañana será otro día, acaso otro viento.

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Hoy tenemos el placer de presentaros un artículo que nos ha escrito personalmente Juan Gaitán, describiendo un día que vino a pasar a esta tierra tan bonita, nuestra tierra, Estepona.

Como ya sabemos Juan Gaitán (Málaga, 1966) es periodista, poeta y escritor. Como periodista ha trabajado en distintos medios locales y nacionales, y ha sido galardonado con los premios José María Pemán de artículos periodísticos y el Ateneo-Universidad de Málaga de Periodismo. Actualmente es columnista de La Opinión de Málaga y de la Cadena Ser.

Muchísimas gracias por tu colaboración Juan.